Aunque su tema del “cuchi-cuchi” podría parecer una manera graciosa
de proselitismo, la candidata panista a la presidencia de la
Republica Josefina Vázquez Mota, rebajó la contienda electoral al nivel de los
instintos básicos de los ciudadanos.
Quizá parezca exageración, pero esa
postura de la candidata panista, quien ha basado parte importante de su
estrategia en resaltar las capacidades de las mujeres, en exaltar su condición de
mujer, ahora las menosprecia en lo intelectual considerándolas incapaces de
discurrir con sus parejas sobre la importancia de ejercer su voto.
Les pide volverse objetos
sexuales, carne electoral, para forzar a que, a cambio de sexo, vayan a votar
el primero de julio. Les sugiere que no piensen, que no dialoguen,
que se olviden de su condición de personas, que no se asuman como individuos
racionales y que prometan sexo a cambio de que salgan a votar.
En el tramo final de su campaña
electoral, todo su discurso sobre la justísima valoración de la mujer lo manda
grotescamente al caño cuando ahora las incita a intercambiar su cuerpo. Cuando las invita a que se priven de su dignidad
como personas para ofrecer favores sexuales.
Las ofende al sugerirles que conviertan
lo carnal en objeto de intercambio.
En forma que realmente resulta
ofensiva, que debe parecerle ofensiva a las mujeres, la candidata del PAN les recomienda
que se alejen de lo racional y toquen los resortes biológicos más elementales de
sus parejas.
Que se comporten como hembras y
nada más.
Qué pena por doña Josefina.
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