Durante un evento oficial, el presidente Calderón tras reconocer que “existen
muchas limitaciones, errores e insuficiencias” aseguró que se va con la
conciencia tranquila ya que trabajó al máximo de sus capacidades y
limitaciones.
Esa expresión del primer mandatario
no tiene ningún valor porque se ubica en
el terreno de la subjetividad. Es un
asunto estrictamente personal que en realidad no tiene la mayor importancia.
¿A quién puede resultarle interesarle
el estado de ánimo con el que concluya su mandato?
A esa valoración que hizo de sí
mismo, puede aplicársele cualquier juicio, dependiendo ello de la apreciación personal
de aquel que lo califique. Para unos, será
merecedor de reconocimiento. Para otros, no.
Lo que definitivamente puede
tener consenso es la opinión de que Calderón
deja un país sumido en una violencia irrefrenable, que tanto daño ha hecho a la
sociedad. Que las fallidas acciones de fuerza ordenadas desde el arranque del
sexenio, aceleraron la descomposición de
la seguridad pública prácticamente en todo el territorio nacional.
A unos meses del fin de su
mandato, la situación del país es desastrosa.
La mitad de la población vive en la pobreza y más de 20 millones de
personas sobreviven en la marginación extrema.
Calderón nada hizo para atender
la raíz de ese empobrecimiento creciente que asola a los mexicanos. En su
gobierno no hubo el mínimo intento de disminuir la inmoral distribución de la
riqueza que históricamente arrastramos.
Tras la docena de años del espejismo panista, Calderón
se irá dejando tras de sí un país convulsionado, con amplias regiones sumidas
en el caos, y lo peor con una terrible profundización de la injusticia social.
Frente a este escenario nacional,
el juicio que hizo sobre su persona nada significa. Quizá Díaz Ordaz también se
haya ido con la conciencia tranquila
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