La iniciativa preferente para
reformar la Ley Federal del Trabajo que presentó el presidente Felipe Calderón,
como todos sabemos ha generado diversas reacciones, desde las claramente
lambisconas de legisladores del Partido Acción Nacional hasta la de rechazo
tajante por parte de quienes sienten amenazados sus intereses, como es el caso
de dirigentes sindicales.
Por ejemplo, los diputados
federales panistas por Tamaulipas hicieron una defensa irreflexiva de dicha iniciativa. Sin conocerla realmente a fondo adelantaron
su voto positivo por la única razón de que fue presentada por Calderón.
Casi todas las posturas son
entendibles en razón de que hay intereses de por medio, que las partes
pretenden proteger. La controversia
desatada se puede comprender fácilmente bajo esa perspectiva.
Sin embargo, hay un aspecto que
esa propuesta pretende reglamentar que,
de algún modo, de manera implícita, muestra el talante conservador y en
consecuencia discriminatorio de su promotor.
Una parte de esa reforma evidencia su percepción de que hay un grupo de
trabajadores que le merecen una categoría personal y laboral de segunda.
La proposición del presidente
incluye regular las relaciones laborales entre las personas que realizan
servicio domestico y sus patrones. En
particular establece las condiciones de trabajo en los casos en los que quien
presta realiza servicio domestico también vive en casa de su empleador.
En artículo 333 de la iniciativa señala que los
trabajadores domésticos “que habitan en el hogar donde prestan sus servicios
deberán disfrutar de un descanso mínimo nocturno de nueve horas consecutivas,
además de un descanso mínimo de tres horas entre las actividades matutinas y
vespertinas”
El texto no deja ninguna duda sobre la duración total de los
descansos propuestos en esta parte de la reforma laboral. Felipe Calderón propone ni más ni menos una jornada diaria de
trabajo de doce horas para este tipo de trabajadores.
Si quienes se emplean en el
servicio domestico –la servidumbre como les gusta llamarle a quienes se sienten
con una categoría social muy por encima de aquellos que se encargan de la
limpieza de su casa- siempre han sido la parte más vulnerable de los
asalariados, la reforma calderonista pretende institucionalizar el trato abusivo e indigno que muchos cotidianamente reciben.
Esa jornada de trabajo específica
que implícitamente dispone la iniciativa preferente del presidente, parece
influida por la mentalidad de los ricos del siglo XIX. No
puede pensarse otra cosa que es producto de una mentalidad retrograda. Parece ideada por quienes sin reparo alguno se
han de referir a los trabajadores domésticos como “sus gatos”.
No es posible que se pretenda dar
una condición menor como personas a quienes se ven obligados a vivir con sus
patrones, incluso con el riesgo cierto de verse envueltos en la dinámica de la
familia.
¿Dónde queda el concepto de la
dignidad de la persona humana que tanto presumen defender en el PAN?
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