lunes, 2 de mayo de 2011

JUAN PABLO II: ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Este fin de semana finalmente Juan Pablo Segundo fue declarado beato de la Iglesia Católica en medio del júbilo de millones de fieles en todo el mundo pero también en un ambiente de críticas y severos cuestionamientos por las conductas contrarias al cristianismo que asumió durante su papado.

La poderosa personalidad de Juan Pablo Segundo lo volvió el Papa más amado por los católicos. Sin embargo sus detractores vieron con desagrado su beatificación por su postura, principalmente, sobre los escandalosos casos de pederastia entre sacerdotes y especialmente el del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel.

Justamente en los días previos a su beatificación, fue  ese tema el que se planteó como una de las muestras de las determinaciones  que sin apego a lo que profesa la iglesia tomó Juan Pablo Segundo.

Optó por una postura de negación, y en consecuencia de protección a los agresores, frente a las cientos de acusaciones por abuso sexual  en contra de curas de todo el mundo.

Privilegió la imagen de la iglesia por encima de los derechos de las víctimas.  Actuó como un hombre de poder al tomar decisiones tratando de focalizar los daños en uno de los más grandes problemas de imagen pública que se le presentó. 

Frente al alto interés de la imagen de su iglesia, sus decisiones aplastaron la integridad moral y jurídica de quienes fueron asaltados sexualmente por miembros de la jerarquía católica.

Por otra parte, en un mundo en el que la miseria de millones de personas representa una de las expresiones de la inmoralidad del acumulamiento brutal de riquezas, Juan Pablo Segundo fue el más grande enemigo de los sacerdotes que realizaban su trabajo bajo la perspectiva de la interpretación de la fe cristiana a través de las circunstancias de los pobres y del reconocimiento del papel de la iglesia a través del tiempo en el sostenimiento de lo que calificaron como “estructura de las injusticias”

Igualmente, por ejemplo, asumió una posición poco ortodoxa cuando justificó la aplicación de la pena de muerte.  Aunque la declaración del valor supremo de la vida es el  principal argumento de la Iglesia Católica frente al tema del aborto, Juan Pablo Segundo hizo una poco piadosa diferenciación tratando de defender el derecho de los estados laicos a aplicar la pena capital. 

En su encíclica Evangelium Vitae, Juan Pablo  escribe que la autoridad pública “debe reparar la violación de los derechos personales y sociales mediante la imposición al reo de la adecuada expiación del crimen…de ese modo alcanza también el objetivo de preservar el orden público  y la seguridad de las personas…”

Luego considera que la calidad de la pena debe ser valorada y decidida atentamente “sin que se deba llegar a la medida extrema deliberación del reo, salvo en los caso de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo”.

Pueden darse otros ejemplos sobre decisiones controversiales del nuevo beato, pero es obvio que para millones su personalidad solo tiene claros y ningún oscuro.

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