jueves, 23 de agosto de 2012

LA CONCHA DE CALDERON


Durante un evento oficial,  el presidente Calderón tras reconocer que “existen muchas limitaciones, errores e insuficiencias” aseguró que se va con la conciencia tranquila ya que trabajó al máximo de sus capacidades y limitaciones.

Esa expresión del primer mandatario no tiene ningún valor porque se ubica  en el terreno de la subjetividad.  Es un asunto estrictamente personal que en realidad no tiene la mayor importancia.

¿A quién puede resultarle interesarle el estado de ánimo con el que concluya su mandato?

A esa valoración que hizo de sí mismo, puede aplicársele cualquier juicio, dependiendo ello de la apreciación personal de aquel que lo califique.  Para unos, será merecedor de reconocimiento. Para otros, no.

Lo que definitivamente puede tener consenso  es la opinión de que Calderón deja un país sumido en una violencia irrefrenable, que tanto daño ha hecho a la sociedad. Que las fallidas acciones de fuerza ordenadas desde el arranque del sexenio,  aceleraron la descomposición de la seguridad pública prácticamente en todo el territorio nacional.

A unos meses del fin de su mandato, la situación del país es desastrosa.  La mitad de la población vive en la pobreza y más de 20 millones de personas sobreviven en la marginación extrema.   

Calderón nada hizo para atender la raíz de ese empobrecimiento creciente que asola a los mexicanos. En su gobierno no hubo el mínimo intento de disminuir la inmoral distribución de la riqueza que históricamente  arrastramos.   

 Tras la docena de años del espejismo panista, Calderón se irá dejando tras de sí un país convulsionado, con amplias regiones sumidas en el caos, y lo peor con una terrible profundización de la injusticia social.

Frente a este escenario nacional, el juicio que hizo sobre su persona nada significa. Quizá Díaz Ordaz también se haya ido con la conciencia tranquila

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