martes, 30 de junio de 2015

TLATLAYA: LA VIDA NO VALE NADA


A un año de ocurrida la ejecución de al menos 7 personas a manos de elementos del ejército mexicano en una bodega localizada en Tlatlaya, Estado de México, este hecho hizo evidente como el hartazgo de la sociedad por la inseguridad, concede una tácita justificación a este tipo de acciones. 

Ocurrido antes de la desaparición de los estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, el incidente si generó reacciones de preocupación e indignación cuando trascendió que a algunos de los más de 20 muertos los habían victimaron cuando ya no ofrecían resistencia. 

Sin embargo jamás causó la hostilidad social que desató la desaparición de los normalistas guerrerenses. Estos jóvenes estudiantes, miembros de familias muy pobres, se convirtieron en el centro de una polémica internacional en la que el estado mexicano fue puesto en el banquillo de los acusados.

La condición humilde de todos ellos, la divulgación de sus historias de esfuerzo y sacrificio para buscar mejores condiciones de vida a través del estudio y las circunstancias de su desaparición conmovieron a millones y avivaron las críticas y los cuestionamientos en contra del gobierno.   

El involucramiento de diversas autoridades magnificó la justificada indignación social.

En contraste, las ejecuciones en Tlatlaya no generaron la misma reacción entre la gente. La diferencia entre la animosidad que surgió por la desaparición de los normalistas y la débil reacción ante los homicidios del Estado de México, tiene que ver  con la circunstancia de que los muertos fueron vinculados a la delincuencia organizada.

Resulta preocupante como estos casos propiciaron entre la opinión publica una diferenciación del valor de la vida de aquellos que en esos dos hechos fueron víctimas de actos ilegales de diversas autoridades.

La creciente inseguridad relacionada con los grupos de la delincuencia organizada ha generado tal crispación en amplias zonas del país, que no es raro que haya quienes justifiquen cualquier acción de la autoridad, aunque sea ilegal, en contra de los delincuentes.

Ambos hechos son gravísimos. Por eso resulta preocupante ver que muchos no lo perciban así. 

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