Durante un evento en la plaza de la Paz de Guanajuato, el Papa Benedicto XVI, quien se negó a recibir a las víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica, contradictoriamente elevó plegarias por los niños mexicanos.
El jerarca de esa iglesia, exhortó “a todos” a protegerlos, dijo, “en especial a los que sufren violencia, abandono y hambre, para que nunca se apague su sonrisa y puedan vivir en paz y mirar el futuro con confianza”.
Muchos de quienes fueron violados y vejados por miembros del clero fueron atacados en su niñez o en su adolescencia temprana. Desde pequeños sufrieron una de las más graves agresiones que puede recibir una persona.
Lejos de atender las denuncias recibidas en contra de esos criminales, la alta clerecía anteponía su imagen pública. En ese interés, para evitar el descrédito, los protegió y terminó por convertirse en su cómplice.
Aunque el Vaticano ha pedido perdón a las miles de personas que fueron abusadas sexual, sicológica y moralmente, esto solo ocurrió cuando le fue imposible seguir tratando de desatenderse de esta situación. Durante décadas todos esos abusos fueron ignorados. Las víctimas fueron sacrificadas en aras de la fama pública de la iglesia
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