El centenario del inicio de la Revolución Mexicana es pretexto para discursos, actividades conmemorativas y discursos cargados de patrioterismo desde el gobierno federal. También es motivo para que desde la oposición se lancen invectivas al poder ejecutivo al que le cargan todas las culpas de la desastrosa situación que padece vive México.
La fijación de los mexicanos por el pasado, como ocurrió con la adelantada ceremonia conmemorativa de los cien años de ese movimiento armado, muchos actores políticos la utilizan resaltando los valores y virtudes que se les atribuyen a los miembros de nuestro panteón de héroes, para contrastarlos con la carencia de cualidades que les achacan a aquellos que pretenden descalificar.
En la sede del Senado de la República, el legislador Ricardo Monreal dijo que “el desdén hacia la Revolución Mexicana es el reflejo de lo que está pasando en el resto del país y entre los mexicanos: un desanimo generalizado, un deterioro de los valores nacionales y una pérdida del sentido de la grandeza del país”
El senador perredista José Guadarrama dijo que a cien años del inicio de la revolución “vivimos el triste espectáculo de una patria hecha guiñapos, inmersa en la violencia, en la desigualdad y en la injusticia”.
Al subir a tribuna solo les falto ponerse largas vestiduras blancas y cargar un báculo para que los distinguieran más claramente como los legitimos pastores y guardianes del pueblo.
Es una cínica manifestación de esa propensión muy mexicana de a toda costa pretender engarzar el presente con el pasado. Una utilización vulgar de esa sintomática inclinación que tenemos para contextualizar hechos de hace 100 o 500 años con nuestras circunstancias actuales.
Para el gobierno estas fechas han sido motivo para organizar actos cargados de trivialidad. Los espectáculos de luces, juegos pirotécnicos, danza y música, han sido una dispendiosa, efímera y malograda pretensión de expresar la grandiosidad que los mexicanos le dan a tales conmemoraciones.
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